La manera de vivir el juego es el tema del que hablará Víctor Pavia durante el VII Encuentro Internacional de Juego, Educación y Ludotecas, Entornos Protectores. El juego debe ser ‘de mentiras’ y auténtico para activar la imaginación. Así lo plantea en esta entrevista que nos dio días previos al inicio del evento que se llevará a cabo entre el 10 y el 12 de octubre en Bogotá.
Lo conocen en México, España, Portugal, Cuba… La lista de países a donde ha sido invitado Víctor Pavía a dictar charlas y cursos es larga. Y lo es porque tiene más de 35 años en la investigación y la docencia, campos lo que ha buscado transmitir un mensaje: los niños deben jugar de manera lúdica. Su premisa es que el juego es la forma más humana de salir del aburrimiento y al hacerlo permite la creatividad, el estar con otros, mejor salud y desarrollo del intelecto. Por eso promueve el juego de “mentiras” y las travesuras. No las acciones que hacen daño sino aquellas que desafían el ingenio y significan riesgo de atreverse a hacer algo.
Pavía, que nació en Córdoba (Argentina) y ahora reside en Patagonia, cursó una licenciatura en Educación Física, una licenciatura en Actividad Física y Deportes, una maestría en Teorías y Políticas de la Recreación con orientación en Educación y especializaciones en Coordinación de Grupo Operativo y en Investigación Educativa con Enfoque Etnográfico.
Ejerció la docencia en jardines infantiles, escuelas primarias, centros de enseñanza media, institutos terciarios, en universidades públicas y privadas y en proyectos independientes de educación no formal. En ese sentido, ha hecho todo el recorrido por el sistema educativo, por ello tiene autoridad para dar opiniones con respecto a la educación y el juego en los diferentes niveles.
Antes de llegar a Colombia a conversar con 400 ludotecarios, maestros y otros profesionales del mundo educativo que asistirán al VII Encuentro Internacional de Juego, Educación y Ludotecas: Entornos Protectores para la Infancia, el profesor Pavía anticipó algunos de los temas que tratará durante el encuentro, el cual es organizado por la Corporación Juego y Niñez en alianza con la Universidad Minuto de Dios (Uniminuto), donde se realizará el evento.
¿A qué tiene derecho el niño, el adolescente, el joven con el derecho al juego?
Pensar el juego vinculado a un derecho es pensar en resguardar tiempos, espacios, juguetes. Ahora bien, en mi opinión, esto no debería ser considerado solo en términos de atender carencias o déficit desde una perspectiva individualista, habría que valorarlo como potencialidad para, en un proceso histórico, cultural y político de ampliación de derechos, pensar en el derecho a jugar con otros en paz, a disfrutar de la diversidad, en un tiempo de libertad, en entornos saludables, etc., pensarlo en estos términos obliga a desarrollar proyectos institucionales que garanticen buenas experiencias de juego compartido, inclusivas, sin discriminaciones, democratizando el acceso pero también la toma de decisiones, aprendiendo a consensuar ideas y resolver conflictos a través de procesos de negociación pacíficos. Aunque constituye un asunto de menor magnitud, debo decir que pensar el juego vinculado a un derecho obliga también a facilitar el acceso a formas variadas de juego y un modo auténticamente lúdico de jugar.
¿A qué se refiere con el modo de jugar y por qué es importante tener uno y darle sentido?
Utilizo la categoría “modo” para analizar la manera de vivir un juego. Comencé a utilizarla mientras estudiaba las consecuencias de una pregunta común entre niñas y niños de mi región: cómo jugamos ¿de verdad o de mentira? la consulta pone al descubierto (al menos así lo interpreté en su momento) dos modos de jugar un mismo juego. Cuando la opción es “de mentira” se agregan efectos especiales y escenografías invisibles (en tanto se activan sólo en la imaginación de cada jugadora y jugador), se ejerce la voz para negociar reglas, etc. apertura impensable cuando se juega “de verdad”. Me adelanto a decir que, en mi opinión, elegir jugar “de mentira” es uno de los modos más auténticamente lúdico de jugar. Sé que el término “lúdico” genera confusión ya que se lo usa con diferentes sentidos. Me apresuro a puntualizar que aquí no lo utilizo como sustantivo -sinónimo de juego- sino como adjetivo para cualificar un modo de jugar.
Cuando jugadores y jugadoras exhiben cierto nivel de “actuación auténtica”, en una situación claramente “aparente” (apariencia de tiempos, de espacios, de objetos), desplegada siguiendo un “guion imaginativo”, regulada por “reglas que se negocian” para adaptarlas a la medida de cada jugador o jugadora, con altos niveles de “permiso” para probar, para arriesgar, para experimentar (ya que siempre podrá decirse: ¡pero si estamos jugando!) y “confianza” en que nada perjudicial va a pasar (mejor aún: en que lo que va a pasar en bueno ya que se trata, precisamente, de un juego); si, además, las expresiones de permiso y confianza son recíprocas a partir de un sentimiento de “empatía” y “complicidad”, me permito suponer que juegan de un modo lúdico o lúdicamente, si el lugar del adjetivo prefiero usar el adverbio. Sabemos que hay modos de jugar que tienen poco de lúdicos (excesivamente formales, reforzadores de estereotipos, con “dientes apretados” por las exigencias propias de un “acá se juega de verdad” con las expectativas puestas en obtener un premio material, algo de prestigio, etc.). Mirado con buenos ojos, quizá podríamos acordar con quiénes dicen que no hay nada tremendamente grave en ese modo de jugar, pero puede que sí haya algo: que se vuelva hegemónico, que se naturalice y que nos haga olvidar que niños, niñas, adolescentes, jóvenes (en rigor todas las personas) tenemos derecho a disfrutar de tanto en tanto de una muy buena propuesta de juego compartido, jugado de un modo auténticamente lúdico en los términos que acabo de señalar.
¿Siempre debe haber algo detrás del juego, algo educativo, o puede ser simplemente diversión?
Hace poco un buen lector de rancière y buen amigo mío además, me explicó que el desacuerdo no se da solo entre quien dice blanco y quien dice negro, puede darse entre quien dice blanco y quien también dice blanco pero no entiende lo mismo. Lo que intento decir es que no se trata de discutir juego educativo vs. no educativo, jugar para aprender vs. jugar por jugar, etc. sino de pensar lo educativo en el mundo del juego desde una perspectiva diferente a la pedagogía tradicional. Poner en valor la maravillosa utilidad primaria de esta práctica social tutelada por el art. 31 de la c.i.d.n, esto es: satisfacer la necesidad de esparcimiento.
La formación docente en juego no debe olvidar que la situación inmediata de la que se desea escapar jugando es la del aburrimiento. Si intercambiamos herramientas culturales de esparcimiento que eviten caer en un consumismo vacuo y acrítico, eso ya es, creo, extraordinariamente educativo. Si, además, las ofertas de juego son sustanciosas, bien elaboradas (robustas dice el documento general de este encuentro internacional) seguramente contribuirán a mejorar nuestros conocimientos, nuestra formación ciudadana, nuestra salud incluso. El juego es una práctica social poderosa y sinérgica. Pero lo primero es lo primero. en mi opinión, y pido disculpas por ser reiterativo, lo educativo está primordialmente en desarrollar competencias para crear y recrear formas variadas de juego, imaginativas, ingeniosas, y para jugar de un modo lúdico con otros, en paz, disfrutando de la diversidad, en un tiempo de libertad, en entornos saludables, etc.
¿Cuál debe ser la propuesta de la ludoteca para aportar a la educación escolar?
Re-discutir nuevos sentidos en el mundo del juego. Explorar, descubrir, experimentar propuestas robustas pensadas no solo como estrategia para el trabajo amable, sino también -y quizá principalmente- como práctica social vinculada con el derecho al esparcimiento. Aportar teoría sobre asuntos fundamentales como lo imaginativo, lo gozoso, lo cómplice, lo emocionante, tan poco examinados por la pedagogía tradicional. hacerlo con actitud crítica y autocrítica rigurosa, nada pueril, construyendo desde la realidad de cada ludoteca nuevos saberes acerca de la densidad ética, estética y política del juego, evitando realizar propuestas lúdicas que terminan por contradecirse a sí mismas, jugadas demasiado “de verdad”, lejos del espíritu libre de la travesura.
¿Cuál es su posición frente a las travesuras?
El modo de jugar que llamo lúdico, se acerca mucho a la sensación que produce la travesura. No como acción peligrosa que puede producir algún daño, sino como algo inocuo que rompe con lo habitual, que es creativo y desafiante y que solo por eso bien vale la pena arriesgarse (jugar-se) disfrutando a pleno de sus potencialidades. Más allá de las tendenciosas definiciones de los diccionarios (alguna vez tendremos que revisar porqué se construye sentido alrededor de la idea políticamente correcta de que toda travesura es peligrosa). Las instituciones educativas, incluidas las superiores donde nos formamos para trabajar con niños, niñas y adolescentes deberían prepararnos mejor para hacer travesuras, comenzando por el maravilloso del juego jugado de un modo lúdico. Supongo (y esto no es más que una ocurrencia, ya que carezco de fundamentos para sostenerla) que ese puede ser un desafío para el sistema de ludotecas.
Siendo usted profesor de educación física, seguramente ve más directa la relación de la educación con el juego y ha tenido más posibilidades de ponerla en práctica, ¿qué decirles a los profesores de otras áreas para que vean su importancia y lo promuevan?
Si lo pienso bien, concluyo que no estoy en condiciones de decirle nada a nadie en ese sentido, por lo menos nada más que lo que ya dije: que todos y todas tenemos derecho a disfrutar de tanto en tanto de una muy buena propuesta de juego compartido, jugado de un modo auténticamente lúdico y que bien vale intentarlo en los términos que venimos conversando.