Durante un año, con financiación de la Fundación Éxito, la Corporación Juego y Niñez realizó el proyecto que buscó darles mayores habilidades resilientes a niñas, niños y adultos afectados por la avalancha. Quienes participaron en él comparten los logros.
El primero de abril de 2017, el país despertó con una terrible noticia: el río Mocoa (en Putumayo), en cuyo cauce convergen los ríos Taruca, Sangoyaco y Mulato, se desbordó por los torrenciales aguaceros. Las rocas del fondo empezaron a empujarse unas a otras con mucha energía, como un dominó, formando una avenida torrencial, como llaman a ese hecho los científicos. Lodo, arena, piedras y árboles arrasaron con todo lo que se interponía a su paso.
Según la Cruz Roja, el hecho dejó “328 personas fallecidas, 332 heridos, 69 desaparecidos y 5.883 familias damnificadas”, así como un sin número de situaciones económicas, sociales y psicológicas para la población directamente afectada y para quienes fueron testigos del desastre natural.
La sicóloga Esteffany Guevara señala que tras una situación de esta índole, las instituciones municipales, gubernamentales y las comunidades suelen centrarse en satisfacer las necesidades afectadas por el desastre, priorizando las primarias de las personas (alimentación y albergue) sobre las socioafectivas. “Es así como ese proceso de reconstrucción comienza desde lo físico hasta llegar a lo afectivo y emocional, e interviniendo aquellas situaciones más visibles, subvalorando aspectos socioemocionales que también requieren de atención prioritaria, sobre todo con poblaciones que no parecen verse afectadas a simple vista, como es el caso de los niños y niñas más pequeños”, asegura.
Agrega que en los niños y niñas de primera infancia e infancia la expresión de sus emociones, temores y traumas suele no darse de forma similar a la de los adultos; por lo que sus duelos y trastornos afectivos pasan desapercibidos en su entorno, lo que hace más difícil que los cuidadores sean conscientes de que ciertas conductas como problemas de aprendizaje, de sueño o de apetito sean producto de un trauma, un duelo o la forma de encausar emociones negativas. También es común que ellos desconozcan las acciones que deben generar para que un niño o niña pueda realizar una reconstrucción cognitiva y emocional del desastre vivido.
Precisamente, para atender a esta situación en el caso específico de Mocoa, Corporación Juego y Niñez, con el apoyo financiero de la Fundación Éxito, desarrolló durante un año el proyecto ‘Acompañamiento socioemocional a los niños, niñas y sus familias afectados por la emergencia invernal en Mocoa’.
“Es una respuesta a la necesidad emocional de los niños y niñas de primera infancia afectados por el desastre natural del año 2017, esperando que desde el juego y los lenguajes de expresión artística encontraran un medio asertivo donde encausar sus emociones y re-significar los hechos traumáticos, inclusive poder lidiar con esas emociones y pensamientos generados por las respuestas de sus cuidadores ante el mismo hecho y que pudieron repercutir en la calidad de los vínculos primarios, las relaciones familiares y el tejido social”, explica Esteffany Guevara, quien fue la coordinadora del proyecto.
De esa manera, entre junio de 2017 y junio de 2018, las ludotecarias Danelly Lasso (licenciada en Educación Preescolar) y Martha Arévalo (trabajadora social), así como Esteffany, estuvieron acompañando a niños y niñas de cinco Centros de Desarrollo Infantil (CDI) del ICBF para ayudarlos a fortalecer su desarrollo emocional, tarea que realizaron generando espacios desde el juego y los lenguajes de expresión artística que les permitieran a los pequeños auto reconocerse, reconocer el entorno, reconstruir sucesos estresantes y/o traumáticos e interactuar para construir relaciones y vínculos afectivos con sus cuidadores.
Un total de 442 niñas y niños de los CDI Lucecitas de Esperanza Sede 1 y Sede 2, Semillas de Paz Sede 2, Mi Mundo Creativo y Huellitas de Amor fueron los participantes. De igual forma, 29 agentes educativos, 60 cuidadores y 23 familias.
“Se lograron crear espacios desde el juego, la música, la danza y el cuento, que posibilitaron la expresión de emociones, la identificación de los temores, el reconocimiento del miedo como una emoción que nos afecta a todos, la identificación de los vínculos afectivos entre el niño y el cuidador y entre pares como factor resiliente, la reconstrucción del entorno desde los cuentos, que facilitan a los niños la comprensión de sí mismos y de la complejidad del mundo que los rodea. Fueron espacios liberadores, teniendo en cuenta que el juego promueve de forma natural la liberación de tensiones en los niños y niñas y genera espacios donde estos se sienten seguros, en una realidad que ellos conocen y logran controlar, para luego adaptarse a las condiciones que los rodean”, explica la sicóloga.
Sabi Pasos, de 9 años, estudiante de cuarto de primaria y asistente de los encuentros de juego en el hogar, fue uno de los niños que vivió la experiencia. En sus palabras cuenta que poder jugar jenga y compartir tiempo con sus papás, sus profesores y sus compañeros lo hizo sentir muy bien. “Volvimos a estar unidos. Volvimos a estar como antes, como cuando era de 3 años, que jugábamos harto”, dice.
Adultos también jugaron
En el caso de las familias y los agentes educativos se buscó que crear una red de apoyo social para dar soporte al desarrollo emocional de los niños. En otras palabras se idearon estrategias para que pudieran “adquirir mayores habilidades resilientes que les permitieran acompañar a niños y niñas en su recuperación emocional”, explica la sicóloga Consuelo Jáuregui, quien estuvo a cargo de los encuentros con los adultos.
De esa manera, en dichos espacios, se realizaron actividades en las que estuvieron presentes el juego y los lenguajes expresivos que ayudaran a los adultos a reencontrarse y reconocerse como seres integrales, reconocer su cuerpo y a manejarlo tanto en lo físico como en lo emocional. También a expresar sus temores para sanar sus heridas e identificar y reconocer factores resilientes individuales y colectivos. “Esto fue muy importante porque era ver cómo ellos cuentan con una serie de factores protectores y resilientes que pueden impulsar y promover en sus hijos. Y cómo estos factores son los que les han permitido salir nuevamente adelante después de enfrentar las situaciones que han tenido que enfrentar, no lo solo lo de la avalancha sino otras situaciones difíciles en su vida”, señala Consuelo Jáuregui.
Finalmente, el proyecto también desarrolló estrategias para dar herramientas a los adultos para la construcción del proyecto de vida familiar. “Se trabajaron con recursos como juego y lúdica para que ellos identificaran los pasos para la construcción de proyecto de vida y cómo había herramientas para planificar el proyecto de vida tanto a nivel personal como familiar, revisando cuáles eran las expectativas, los sueños que ellos tenían, cuáles eran las cosas que deseaban y cómo estos aspectos debían trabajarse a nivel familiar”, señala la sicóloga Jáuregui.
Los logros conseguidos los comunican los adultos. Mildred Alejandra Tobar, madre de familia, considera que las actividades lúdicas realizadas en los encuentros de juego en el hogar fortalecieron la relación con sus hijos y demás miembros del hogar “porque al jugar con mis bebes reíamos, y compartíamos tiempo juntos y eso hace que sea importante para mí y para mis hijos también”, mientras que los talleres de recuperación socioemocional “me hicieron enfocarme en una meta, me di cuenta que esa meta no era definida… al final solo aclaré mi horizonte”.
Por su parte, Ayda Luz Pujimy, también madre de familia, cuenta “los encuentros de juego en el hogar me ayudaron a darme cuenta que muchas veces no tenía la disposición adecuada para jugar con mi hijo, ahora dedico tiempo a jugar con él”. Y frente a los talleres de recuperación socioemocional menciona que “los talleres con la profesional fueron de mucha ayuda, ya que ella nos habló de diferentes cosas que podemos hacer para salir adelante de todas las situaciones”.